sábado, 29 de mayo de 2010

Guerra de estrógenos

“Favor preparar y hornear estos vegetales”, escribió Androulla en una bolsa de papel, con letra grande, sobre una bandeja llena de ensalada de pimentones y berenjenas al finalizar la noche del lunes. A la vista de todos, en el horno, que es mostrador al mismo tiempo, dónde normalmente se exhiben los pollos, el cordero y las papas rostizadas.

Los vegetales ya estaba cocinados pero ella quiso dejar evidencia de eso que me dijo al poner al letrero. “¿Tú te los comerías? Esa mujer española no tiene ni idea de lo que es cocinar. ¿Tú qué piensas? Es que parecen crudos. Por eso no se vendieron. ¡Cómo ayer sí los vendimos todos” (los había preparado ella misma).

Androulla se refiere a Dina, una gallega, muy mayor, que ha trabajado en el supermercado por más de diez años. El martes, Dina respondería a la afrenta. “Es que ella es muy especial para todo, nada le parece que está bien hecho, pero ven te muestro los quesos que ella cuida”. Dina coge unos trozos de queso emmental suizo , carísimo como todo lo que se vende en este supermercado, cubiertos de moho.

La pelea se repite dos metros más al costado izquierdo de ‘la deli’. En la panadería, Suchilda, una tailandesa de 70 años, ha pedido a uno del os meseros del café que fotografíe con su celular unas tortas que Nina (una rusa súper mamacita de unos 25 años), una de sus colegas, dejó llenar de hongos. El mesero las tomó pero no ha querido entregar las fotos.

miércoles, 26 de mayo de 2010

La satisfacción del deber no cumplido

Hoy hice una trampita chiquita en este experimento de los quince días sin escribir. No escribí en la noche, estoy escribiendo a las 7 y 45 de la mañana, que creo que no está mal del todo porque es la noche colombiana.

Ayer tuve otra jornada de 12 horas pero no estuvieron tan duras porque no estaba con la manager assistent en el supermercado. Su nombre es Androulla y aunque nació en Inglaterra se le nota a kilómetros que es griega. Sus padres son de Grecia, y se la llevaron para allá siendo una bebé y allá vivió hasta los 14 años, cuando regresó a Londres. Es la mujer que uno quisiera encontrar en el lugar donde compra la comida. Caderas anchas, manos pompitas, cachetes redondos y rosados, su cuerpo tiene todas las señas de que esta mujer sí sabe qué es comer bien.

Sin embargo, trabajar con ella, si uno no tiene las destrezas necesarias, como yo, puede ser una pesadilla. Es psicorígida con la limpieza y con una cosa que a mí me fue negada: la estética. ¿Por qué me tenía que tocar una jefe como ella? A mí, precisamente que siempre perdía manualidades en el colegio, que mi papá me hacía los trabajos de dibujo técnico, que podía sacar mala calificación en un trabajo final del colegio por recortar y pegar a la verraca las figuritas que lo decoraban.

No, yo no tengo la capacidad de pasar una ensalada de un plato a otro sin que quede regueros en los bordes, yo no puedo forrar el jamón en papel transparente sin que me quedes arrugas, yo no puedo envolver en papel aluminio (sin que se me rompa) las latas del horno. Así que yo no soy precisamente santo de la devoción de Androulla.

Por otro lado soy muy lenta, yo trato de buscar una estrategia para ser más rápida, pienso en qué orden debo hacer las cosas, sin hacer mucho desorden, para que queden mejor hechas. El problema es que cuando termino de pensar ya no tengo tiempo, y me pasa lo mismo que en el periodismo, tengo buenas ideas pero nunca tengo el tiempo necesario para desarrollarlas.Ayer

Androulla no trabajó conmigo y mi compañero nepalí y yo terminamos de cerrar ‘la deli’ (así se le dicen a mi sección) sin derramar una gota de sudor. Claro, empezamos a cerrar una hora antes de lo que le gusta a Androulla y hicimos una trampitas pequeñas como barrer antes limpiar las mesas y mostradores (así después les caigan boronas al piso) o trapear con el trapero sin lavar.
Así me fui más tranquila para mi casa (el hostal) y hasta tuve tiempo de tomarme una cerveza, con la satisfacción del deber no cumplido pero el cuerpo un poquito más descansado.

lunes, 24 de mayo de 2010

Día uno

Porqué carajos me dio a mí por hacer estos experimentos, quién me mandó a mí a ponerme de creativa, como si no tuviera nada que hacer, como si pudiera escribir algo con este cansancio clavado en las costillas, con esta suspiradera, con esta tos, con este dolor de espalda. Son las 12 y 45 y mi ropa se está lavando en un cuarto muy cerca de aquí, del studing room, desde dónde les escribo (mis compañeras de cuarto están durmiendo y me tocó armar parche aparte) con la ilusión que me lean, que no se queden en el primer párrafo, que me dediquen un ratico, aunque sea por caridad.

Hoy fue tal vez el día más caluroso del último año en Londres. La temperatura llegó a casi 30 grados y como los ingleses son tan montañeritos salieron como locos asolearse en los parques, como si ellos estuvieran hechos para eso, como si al final del día no fueran a quedar rojos como camarones, como si un diíta de sol al año fuera suficiente pa quitarse el hielo que llevan dentro. Bueno, la verdad es que hablo con envidia, porque claro, si yo no hubiera tenido que trabajar también me hubiera tirado en el Hyde Park o en algún parque de esos.

La mayor prueba de que era un día raro en Londres fue que cuando empecé a hacer camas en el hostal, muy a las nueve de la madrugada, todos los cuartos estaban vacios, cuando normalmente a las 12 todavía hay gente durmiendo. No estaba en el cuarto la francesa que está haciendo un doctorado en algo de psicólogía (que al parecer está muy nerviosa por un ensayo que tiene que hacer, porque tiene hojitas pegadas hablando sobre eso por todas partes), tampoco estaba el indio que estudió dirección de cine, ni la taiwanesa que estudia educación. Al único que desperté fue al señor de Hong Kong del segundo piso, que es matemático y trabaja calificando exámenes de una facultad de ingeniería.

Como hace rato no hacía camas no me había dado cuenta que se fue la turca del 304, la que estaba estudiando un MBA, a la que siempre le tenía que llevar tres fundas de más, porque usaba cuatro almohadas, dos para la cabeza y una para los pies (trabajaba como mesera y tenía que llegar a levantar los pies).
En el supermercado la historia no fue muy diferente, estaba hirviendo y Androulla, la manager assistent me permitió trabajar sin el gorrito ese que tanta diferencia hace entre la belleza y la fealdad. Yo quería trabajar en sandalias pero no me dejó. Se me acabó la pila y todavía tengo mil cosas más por contar, de pronto mañana.Ah, se me olvidaba, acá les pongo la tan solicitada foto, en el mostrador, sonriente.


domingo, 23 de mayo de 2010

Un experimento

Hoy empezaré a trabajar tiempo ‘re,re,re full’. Trabajaré en el supermercado ocho horas diarias y eso, más las 4 del hostal, darán como resultado jornadas laborales de 12 horas. Será solo por dos semanas, en las que pienso recoger dinero para un viajecito que quiero hacer. Por ley tengo que descansar dos días a la semana, pero como me dieron permiso para irme diez días de junio, tengo que trabajar más días de los normales para pagar los que deberé.


Cuando trabajo mucho, me pasa que me siento miserable, especialmente porque el verano está empezando y la temperatura en Londres está rondando los 30 grados centígrados. Odio que todos vayan al parque mientras yo estoy sudando al lado de una docena de pollos rostizados.

También sucede que cuando escribo en este blog me dejo de sentir miserable y le encuentro mucho más sentido a todo lo que estoy viviendo, así que hoy escribo para comprometerme con el experimento de escribir todos y cada uno de los próximos tortuosos quince días. Trataré de escribir cosas interesantes en medio de la desgracia que significa trabajar mientras todos se divierten y justo cuando menos tiempo tengo. Así, que anticipadamente les pido disculpas por los errores que aparecerán, por los días en que me rayaré y escribiré que me quiero pegar un tiro, por los días en que no escribiré, y por los días en los que los aburriré o les haré perder el tiempo. Ojo pues, hoy por la noche empiezo.

Un experimento

Hoy empezaré a trabajar tiempo ‘re,re,re full’. Trabajaré en el supermercado ocho horas diarias y eso, más las 4 del hostal, darán como resultado jornadas laborales de 12 horas. Será solo por dos semanas, en las que pienso recoger dinero para un viajecito que quiero hacer. Por ley tengo que descansar dos días a la semana, pero como me dieron permiso para irme diez días de junio, tengo que trabajar más días de los normales para pagar los que deberé.

Cuando trabajo mucho, me pasa que me siento miserable, especialmente porque el verano está empezando y la temperatura en Londres está rondando los 30 grados centígrados. Odio que todos vayan al parque mientras yo estoy sudando al lado de una docena de pollos rostizados.

También sucede que cuando escribo en este blog me dejo de sentir miserable y le encuentro mucho más sentido a todo lo que estoy viviendo, así que hoy escribo para comprometerme con el experimento de escribir todos y cada uno de los próximos tortuosos quince días. Trataré de escribir cosas interesantes en medio de la desgracia que significa trabajar mientras todos se divierten y justo cuando menos tiempo tengo. Así, que anticipadamente les pido disculpas por los errores que aparecerán, por los días en que me rayaré y escribiré que me quiero pegar un tiro, por los días en que no escribiré, y por los días en los que los aburriré o les haré perder el tiempo. Ojo pues, hoy por la noche empiezo.