miércoles, 24 de febrero de 2010

Mi trabajo en el pub


He tratado de explicar a mi mamá qué es un pub. Ella dice que es un bar pero yo no creo que sea eso precisamente. Sí, es verdad, lo que más se vende ahí es cerveza, pero si fuera un bar no lo abrirían desde las 12 del día ni irían familias completas a almorzar. Para mí un pub es el típico lugar de reunión de los ingleses después del trabajo. Algunos dirán que es atrevido de mi parte lo que voy a decir, pero creo que un pub es el equivalente a una tradicional tienda de esquina en Colombia (bueno, como las de Antioquia pues), dónde los obreros se van a echar pola antes de llegar a la casa. O una ‘heladería’ de pueblo, o una cantina, es como un billar, pero sin billares… Lo que yo he tratado de explicarle a mi mamá es que un pub no es un lugar ‘malo’, no es como el ‘club’ al que iba mi papito en Copacabana, que tenía fotos de mujeres empelotas y esas cosas horribles, y dónde yo sólo podía pasar a saludarlo de carrerita, porque ese no era un lugar para niñas decentes como yo. No, a los pubs también van las mujeres con las amigas. A ver…. ¡Qué enredo! En resumidas cuentas, lo que yo le quiero decir a mi mamá, es que como los ingleses son tan borrachos, para ellos un lugar en el que venden cerveza es considerado de ‘ambiente familiar’.
Desde hace más o menos un mes estoy trabajando en un pub, queda en Gloucester Road en South Kensington, que es un barrio muy tradicional de Londres, así que la clientela que va es muy exclusiva (la semana pasada estuvo el papasito de Jude Low), pero yo nunca la veo porque siempre estoy ‘up stairs’, en la cocina. La especialidad de mi pub es la ‘british food’ (la otra vez estuve en uno especializado en comida tailandesa) que para cualquier persona con sentido común es la peor comida del mundo. Mi primer día de trabajo, la introducción me la hizo Sofía, una colombiana, que me decía (léase con acento santandereano) “¿el gravy?, pues eso es una salsa inmunda, que ellos le echan a la comida… y estas son las salchichas esas asquerosas que a ellos se comen… ¡el city sampler!, eso es un grasero impresionante, con el que ellos son felices…”. Yo estoy de acuerdo con Sofi, la prueba de que la comida británica es horrible es que hasta yo puedo ser chef.
Mi especialidad es el ‘fish and chips’ (pescado con papitas fritas) pero en los cuatro meses que llevo en Londres nunca me he comido uno. Creo que he cocinado más de cien ‘fish and chips’ en mi vida, pero de sólo saber que el aceite en el que frito el pescado es el mismo en el que tres días atrás habían estado las ‘chips’ y las ‘chicken wings’ (alitas de pollo) se me quitan las ganas. Hacerlo no es muy complicado: uno coge el pescadito por la cola (ya viene sin cabeza) y lo pasa por una harina y después por una colada especita hasta que quede todo cubierto y después lo pone a freír. Tiene su técnica, porque a veces, por error, lo meto primero a la colada y después a la harina, y entonces rezo para que el que se lo coma esté bien borracho y no se dé cuenta.
Conmigo casi siempre hay otra persona, por lo general Miro, el ‘Kitchen manager’, que es un eslovaco como de dos metros de alto, con el que es muy bueno trabajar porque es muy grande, muy fuerte y muy hábil, así que con él la limpieza de la cocina la terminamos en par boliones. En cambio, cuando me toca trabajar con Sofía (casi nunca porque ella pidió que no nos pusieran turno juntas para poder practicar el inglés) las dos terminamos rendidas a los pies de una Guiness (la cerverza) en la barra del pub. Con la cara brillante y con el pelo expeliendo crujiente fish and chips.
Porque realmente lo de ‘chef’ es un eufemismo. Nosotras tenemos que ir cocinando y limpiando al mismo tiempo. Además de llenar un montón de cuadros y cuadernos con la temperatura de los congeladores, mirando que no haya comida vencida, que si haya todos los ingredientes, etc. Pero la limpiada es lo más horrible, bien lo dice mi mamá: “no hay nada más malagradecido que la cocina”. Hay que sacar los platos de la lavadora a toda carrera, porque tengo que ayudar con los pedidos, porque hay mucho que hacer, o porque estamos cerrando y nos queremos ir rápido. Pero los malditos salen súper calientes, y los cubiertos, ni se diga, y las bandejas metálicas, ni pa’ que me pongo a contar… Al principio el quemón me daba tan duro que yo sentía un corrientazo como si me hubiera cogido la luz. Pero ya mis manos se han ido acostumbrando y ya las meto sin miedo al horno para calentar el pan de las hamburguesas, puedo coger las 'Jack potato' recién salidas de la fritadora, y esparcir sin miedo la salsa de queso sobre los nachos recién derretida en el microondas. El efecto que esto ha causado en mis manos merece capítulo aparte, aunque el enrojecimiento también se lo puedo atribuir a una de las tantas alergias que dicen que nos da a los latinos en la primavera.

miércoles, 17 de febrero de 2010

El esquizofrénico

Yo me acuerdo que cuando le conté a Cami, mi novio, que iba a vivir en un hostal, me dijo que no era tan terrible, que no podía ser peor que el sitio dónde había vivido Paca, una amiga nuestra, en Bogotá. Pues la verdad yo estuve en el hostal de Paca y no me pareció tan horrible. Vivía en una azotea cerca a la Universidad Javeriana y tenía una ventana desde la que un día vi un atardecer increíble.

Lo único que me parecía malo de su hostal era que había un esquizofrénico. Ella nos contó que se había dado cuenta porque una vez se encontró en el suelo un tarrito con unas pastillas, y ella (que de boba no tiene un pelo) vio el nombre y se puso a averiguar qué tipo de medicamento era y resultó ser uno para la esquizofrenia. Entonces, Paca, después de saber eso, nunca pudo dormir en paz, siempre pensó que el dueño del tarrito la mataría por dejar la leche afuera de la nevera o empegotar de crema dental el lavamanos.

Pues sí señores y señoras, en mi hostal también tenemos un esquizofrénico, bueno, tal vez más, bueno, tal vez no es esquizofrénico, digamos que hay alguien de comportamiento extraño.
El primer día que yo trabajé en el hostal me tocó barrer y trapear las cocinas (son diez en total) y tuve una conversación con una muchacha muy alta (después escribiré sobre ella) que estaba cocinando algo. Yo le pregunté que de dónde era y ella me dijo que de Grecia, y yo le dije que yo era de Colombia y no más. Pero antes de irse me dijo: “si ves a un hombre viejo con una maleta, no le hables, no lo saludes, si te grita o te pega tú solo vete, vete y déjalo solo. Es peligroso, es esquizofrénico”. Bueno, pues como se imaginarán, como Paca, yo no tuve paz ese día, y en todo momento estuve esperando al hombre viejo de la maleta, pero no apareció.

No mucho tiempo después, yo estaba limpiando la cocina y sentí un golpe duro y seco. Brinqué del susto, y miré a la puerta. Ahí estaba él, con su maleta, y con un gorro de invierno. Asomó la cabeza, me miró y se fue. Después de eso me lo he encontrado muchas veces en esa cocina (es su sede de operaciones), en la sala de televisión, en el salón de estudio o sentado en las escaleras a la media noche.

Casi siempre está leyendo o escribiendo en una libreta. Cuando necesito limpiar la cocina yo le pido permiso y él me dice “haga su trabajo”, se queda un minuto más y se va. No soporta mi presencia por más de cinco minutos. Dos veces él ha llamado el ascensor y yo he estado adentro. Las dos veces él me ha mirado con desprecio y ha dejado que la puerta se cierre sin subirse.
Csabi, el housekeeper me dice que es inofensivo. “Una vez me dijo que él creía que la chica griega (la alta) trabajaba en la CIA ¿cómo le vas a tener miedo? él es súper nervioso no puede ver un celular porque se asusta”. Y bueno, puede que Csabi tenga razón, pero aun así ‘el esquizofrénico’ no deja de hacerme brincar con sus portazos.

Esta historia continuará…

domingo, 14 de febrero de 2010

Presentación oficial

Hay una cosa que es indiscutible: en Londres es muy difícil hacer amigos. Casi todo el mundo está de paso, todos los días se conoce gente nueva y no se comparte mucho tiempo con las mismas personas. Y bueno, está la barrera del idioma, que impide tener conversaciones trascendentales, sobre lo que uno piensa de la vida, de política, de religión, etc.
Pero yo he sido afortunada. En Londres he encontrado un amigo incondicional. Se llama Henry y es muy popular. Lo conocí en un cleaner que hacía en Holborn, en el centro de Londres. Nos encontrábamos a las 5:30 de la mañana y él siempre me recibía con una sonrisa. Trabajábamos juntos y así yo estuviera ojerosa, cansada o aburrida, él siempre sonreía para mí. Los dos éramos los encargados de los ascensos en la compañía: limpiábamos las escaleras y los ascensores. Y aunque yo era muy lenta y muchas veces, sin querer, lo hacía darse unos golpes tremendos con las puertas y las paredes, él nunca se quejó ante Donna, nuestra supervisora jamaiquina.

Cuando dejé ese trabajo, en noviembre del año pasado, creí que no lo volvería a ver. Pero la vida te da sorpresas, y nos reencontramos en el hostal dónde estoy trabajando hace un mes, sigue siendo el mismo personaje lleno de ‘aspiraciones’. A veces creo que nunca podré separarme de él, mientras él exista yo tendré trabajo asegurado y con eso comida y cama también ¿qué otro amigo puede ofrecerme esto? Él es incondicional y por eso es mi mejor amigo en Londres y estoy orgullosa de presentarlo oficialmente:

miércoles, 10 de febrero de 2010

Zulma Norma









Hace un mes trabajo en un hostal como voluntaria. Ellos me dan la acomodación y dos comidas al día y yo a cambio trabajo 20 horas a la semana. Me toca hacer de todo: cambiar camas, recoger la basura, barrer y trapear las cocinas, etc. Valga la pena aclarar que no hago todo eso al mismo tiempo, no, un día hago una cosa y al otro día hago otra. No voy a discutir de si es buen o mal negocio. Lo cierto es que vivo en South Kensington, en el centro de Londres (zona 1), comparto cuarto con otra mujer (hasta el lunes una taiwanesa, estoy esperando que llegue otra no sé de qué nacionalidad) cerca de mi escuela, y no sufro por conseguir la plata de la renta cada mes. Estoy cómoda.
La semana pasada estuve reemplazando al housekeeper (amo de llaves) y pasé varios ratos tranquilita leyendo ‘Persépolis’ en la recepción, pero hoy él regresó de sus vacaciones y yo volví al ruedo. Me tocó aspirar corredores, una cosa que no hace rato, sudé y casi muero del tedio. Volver a lidiar con el cable que se enreda en todas partes, cargar la aspiradora escaleras arriba, escaleras abajo, no es muy interesante. Pero no todos los días son tan aburridos en la vida de un cleaner y para demostrárselo transcribo un pedazo de lo que escribí en mi diario, 12 días después de llegar a esta ciudad:
Hoy fue mi primer día oficial como cleaner en Londres. Trabajo en la Universidad de Westminster, en Oxford Circus, en el centro de la ciudad, y se suponía que tendría que limpiar el tercer piso. Pero Nelsa, una dominicana gorda y culona como de 40 años, llegó primero que yo, empezó a hacer mi trabajo y cuando la supervisora la mandó a lavar baños no le dio la gana. Así que me pusieron a mí esa tarea.
Maritza es la supervisora, es una caleña que lleva mucho tiempo en Inglaterra y machaca el inglés con bastante fluidez. A ella no le gusta trabajar con rolas porque (según ella) son flojas para trabajar, y creo que me vio cara de floja, porque cuando me vio me pregunto que si venía de Bogotá. Pero no, yo soy paisa (de Medellín). Andrés, el ecuatoriano que me dio el trabajo, me había asegurado que no tendría que lavar baños, pero él ahora está de paseo en Francia, así que no pude alegarle nada. Tampoco quise confirmarle a Maritza que soy floja, así que me armé de valor y fui al basement dónde Maritza dijo que me darían instrucciones.
Allá estaba Zulma Norma, una boliviana que lleva cuatro años en Londres, tiene el pelo tinturado cepilladito, muy bonito, y unos lentes de contacto brillantes, de color miel, que parecen que se le fueran a salir en cualquier picada de ojo. Tiene unos cuarenta años y ya ha pasado por las duras y las maduras. El primer año que estuvo aquí no tenía cuenta bancaria ni idea de cómo abrir una, así que le pidió a un paisano que le prestara la de él para que le pagaran el sueldo. El tipo le hizo el favor pero nunca le entregó ni una libra.
Zulma Norma me preguntó “¿Tú vas a estudiar o a trabajar?” Y yo le respondí que las dos cosas. Pero ella me dijo que eso no era posible. “O estudias o trabajas. Tú vas a conocer la plata y no vas a querer dejarla. Yo también llegué como estudiante y pregúntame cuántas veces he ido a la escuela. Era más lo que dormía que lo que estudiaba, qué me iba a quedar yo allá pasando vergüenzas, cabeceando en clase, nooo”.
Zulma Norma tiene un hijo de 9 años que no ve hace cuatro. “Lo veo por internet todos los días”. Lo dejó con una tía de ella, a la que él le dice mamá. “está contento porque ya casi me devuelvo. Me iba a ir en diciembre, pero me salió un negocio entonces me voy a quedar hasta marzo”. ¿Qué negocio? “un negocio…”.
Ambas entramos a las 6 de la mañana, pero Zulma ya había empezado su jornada mucho antes, desde la noche anterior. Tiene un cleaner nocturno, donde le pagan a 7,50 libras la hora (eso es súper bien, a mí me la pagan a 6) pero no está muy contenta. “Esos negros cuando te quieren joder te joden. Yo ya salía del trabajo y un negro de allá me dijo los baños estaban sucios. Tú acá nunca puedes alegar nada, yo sabía que estaba limpios, pero le hice caso y me fui otra vez dizque a limpiarlos, me puse a leer el periódico, vacié los sanitarios y le dije que ya los había lavado, y él me dijo ‘muy bien ¿cierto que estaban muy sucios?’”
En la Universidad, Zulma Norma tiene que limpiar el gimnasio y empieza por el baño de hombres porque son los primeros en llegar, “no les importa si tú estás ahí, ellos se van quitando todito”, entonces es mejor acabar rápido y ‘jubar’ (aspirar) el piso para que sea más rápida la mopiada (trapeada, fregada). Como hoy es lunes hay que lavar las duchas y Zulma Norma me pregunta si traje otros zapatos. Yo le respondí que no, entonces me pidió que me saliera porque ella iba a empezar a echar agua con la manguera y me mandó a jubar el baño de las damas.
Todavía no le cojo el pasito a la juba (como me lo enseñaron mis flatmates colombianos, de diez, ocho trabajan como cleaners), sé que tengo que cogerla por el mango con la mano derecha, cruzarme la manguera por la espalda para poder arrastrarla el motor con la mano izquierda, pero todavía me enredo mucho con el cable. Terminé y pa’ adelantar me puse a limpiar los espejos con un trapo blanco de rayas rojas. Cuando Zulma llegó me pidió que le ayudara con los sink (lavamanos) así que cogí otra vez el trapito blanco de rayas rojas y antes de empezar a limpiar ella me detuvo: “¡No!, ese es solo para los sanitarios”. Obviamente no le conté que ya le había dado otro uso al mismo trapo. Ojalá que a ninguna universitaria le dé por darle besitos a los espejos. Con tanta conversadera, hoy me salvé de lavar baños.

Vivis vive en Londres (Vivis lives in London)

'Vivís in London' y las manos se te ponen resecas. 'Vivís in London' y tenés que aprender como funciona una aspiradora. 'Vivís in London' y el agua te sabe a insecticida. 'Vivis in London' y te cuesta pasar un día sin tomar alcohol. 'Vivís in London' y tus amistades te duran una noche. 'Vivís in London' y te acostumbras a bañarte con las sandalias puestas. 'Vivís in London' y te engordás uno o dos kilos por mes. 'Vivís in London' y comés chocolates de Hungría y de Malasia, en un solo día y gratis. 'Vivís in London' y te podes 'encontrar' un ipod abandonado. 'Vivís in London' y un tipo te grita que se nota que no tiraste la noche anterior. 'Vivís in London' y comés la comida que otros botan. 'Vivís in London' y te ofrecen trabajo mientras barres unas escaleras en la calle. 'Vivis in London' y tu mejor amigo se llama Henry. 'Vivís in London' y desayunas con sushi. 'Vivís in London' y entendés los dichos de tu mamà. 'Vivís in London' y extrañas a tu mamá. 'Vivis in London' y te das cuentas que hay libros que cuestan más de 1.000 libras. 'Vivís in London' y sos vecino de Christie's. 'Vivís in London' y te da caspa. 'Vivís in London' y te dan ganas de conocer Taiwán.

Como vos querás: 'Vivís in London' o 'Vivis in London' es mi blog.