martes, 30 de noviembre de 2010

La autoridá


No había caído en cuenta, pero mi trabajo como night portera me ha dado un toque de autoridá que no había tenido nunca en la vida. Cuando tengo la camisa del uniforme puesta la gente se asusta al verme, grita, se esconde o me da explicaciones no pedidas. No puedo decir que no disfrute de esto de sentirme importante, reconocida y temida, no puedo decir que no disfruto de tener autoridá.
Resulta que en estos días hay un grupo de chicos nice en el hostal (digo en estos días porque después de 9 meses viviendo aquí, he visto formarse y dividirse decenas de grupitos como este), los que siempre están listos para la fiesta, pa’ la charla, pa’ la pachanga. Más o menos los tengo identificados, hay un italiano, dos italianas, un indio, un español, una húngara y un austriaco. A mí no me caen mal, pero la verdad es que sí me dañan mi paradisiaco trabajo, gracias al que sigo teniendo casa y comida en Londres.
Como parte de mis funciones, me corresponde echarlos si están parados conversando en la puerta del hostal después de las 11 de la noche, así estén hablando pasito, así estén cumpliendo con esa necesidad fisiológica que para algunos seres humanos es fumar (está rotundamente prohibido hacerlo dentro del hostal).
Según las instrucciones que recibí del manager, tengo que decirles que los residentes se están quejando, que por favor se muevan a otro lugar. Tengo que decir eso, así no sea verdad, sino me van a responder, ‘vos si sos cansona pero si nadie se ha quejado’.
Al principio, me les paraba en frente y esperaba a que se fueran. Después Csabi, el housekeeper húngaro, me recomendó que no me ganara enemigos gratuitamente, que les pidiera con amabilidad que cuando acabaran su cigarrillo se marcharan y ya.
Pero algunas veces sí es verdad que los residentes se quejan, y hasta se enojan conmigo si los parranderos vuelven después de haber sido cordialmente invitados a que se larguen.
En mis primeras semanas en este trabajo (cuando todavía era verano en Londres), era sagrada la llamadita del residente del B02, que se queja del más sigiloso susurro, por muy las 9:30 p.m. que sean. Hace rato que no ha vuelto a llamar, será porque la llegada de los vientos otoñales ha vuelto más caseritos a los bullosos o porque después de la una de la mañana apago el teléfono para librarme de un intermitente pitido que emite cuando se queda sin señal.
Los parranderos al principio se iban sin reclamar, después empezaron “pero si estamos hablando pasito”, “¿entonces quieres que fumemos adentro?”. La otra vez le dije a una chica que tenía una cerveza en la mano que en Inglaterra estaba prohibido tomar en la calle y el chico austriaco se rio de mí como diciendo “¿pero no te has dado cuenta cómo son de borrachos los ingleses?” Yo le lancé una mirada fulminante de ‘autoridá’ que lo dejó ‘callado la boca’.
Otra vez, yo estaba revisando que todo estuviera apagado y cuando pasé por la cocina del tercer piso me encontré con tres italianos y uno de ellos estaba fumando ¡Fumando! Violando la regla de oro del hostal. El muchacho se puso pálido y apagó el cigarrillo de inmediato sobre un plato, sus compañeras soltaron un grito de sorpresa y yo les aplique una contundente dosis de autoridá recargada con mis escasos conocimientos de la ciencia del regaño en idioma inglés. Al día siguiente, el italianito me pidió que por favor no le dijera nada a Mario, el manager, y yo en una acto de pedagogía le dije que bueno, pero que la próxima….
Eso es extraño. Por muy feo, muy lleno de locos y muy cochino que es este hostal, nadie quiere ser echado. La mayor parte del tiempo la ocupación es del 90 por ciento y en el último mes conseguir una cama es una proeza. Y es gracias a eso que los chicos malos anoche estuvieron a raya.
En Halloween, que fue el primer día me Maja, mi nueva roomate polaca, hicieron una gran fiesta en la cocina del tercer piso, una fiesta de la que recogimos como tres o cuatro bolsas enormes de basura. Maja me contó que cuando la vieron llegar con la camisa de night portera puesta, una chica se asustó y trató de escaparse. Y precisamente eso fue lo que me pasó a mí anoche. Vi que tres de ellos estaba afuera y cuando me dirigían a pedirles que se movieran, ellos salieron disparados y no me dejaron ni pronunciar palabra. Como dicen los ingleses ‘lovely’.
Csabie, que juega a dos bandas, (es amigo de ellos pero a la vez me da instrucciones de cómo manejarlos) me contó que el manager les había mandado un memorando por hacer ruido en la puerta del hostal y que ellos estaban convencidos de que eso seguramente era obra de la más estricta, de la más mal mirada, de la más autoritaria, night portera colombiana.

5 comentarios:

  1. Que cosas... que justito te toque a ti hacer de autoridá!

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  2. Es el mejor que he leído en este blog. Te queda bien esa autoridá!

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  3. Vivis!! Me vuelvo a poner al día con tus textos. Me encanta! Uff! Me encanta! Mil abrazos, si supieras cuánto te quiero... hermanita k

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  4. el que sea sorprendido in fraganti rompiendo los códigos del hostal debería ser sancionado con una labor social dentro de él o pagar una multa... no, que le suspendan el agua caliente de su ducha.

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