lunes, 24 de mayo de 2010

Día uno

Porqué carajos me dio a mí por hacer estos experimentos, quién me mandó a mí a ponerme de creativa, como si no tuviera nada que hacer, como si pudiera escribir algo con este cansancio clavado en las costillas, con esta suspiradera, con esta tos, con este dolor de espalda. Son las 12 y 45 y mi ropa se está lavando en un cuarto muy cerca de aquí, del studing room, desde dónde les escribo (mis compañeras de cuarto están durmiendo y me tocó armar parche aparte) con la ilusión que me lean, que no se queden en el primer párrafo, que me dediquen un ratico, aunque sea por caridad.

Hoy fue tal vez el día más caluroso del último año en Londres. La temperatura llegó a casi 30 grados y como los ingleses son tan montañeritos salieron como locos asolearse en los parques, como si ellos estuvieran hechos para eso, como si al final del día no fueran a quedar rojos como camarones, como si un diíta de sol al año fuera suficiente pa quitarse el hielo que llevan dentro. Bueno, la verdad es que hablo con envidia, porque claro, si yo no hubiera tenido que trabajar también me hubiera tirado en el Hyde Park o en algún parque de esos.

La mayor prueba de que era un día raro en Londres fue que cuando empecé a hacer camas en el hostal, muy a las nueve de la madrugada, todos los cuartos estaban vacios, cuando normalmente a las 12 todavía hay gente durmiendo. No estaba en el cuarto la francesa que está haciendo un doctorado en algo de psicólogía (que al parecer está muy nerviosa por un ensayo que tiene que hacer, porque tiene hojitas pegadas hablando sobre eso por todas partes), tampoco estaba el indio que estudió dirección de cine, ni la taiwanesa que estudia educación. Al único que desperté fue al señor de Hong Kong del segundo piso, que es matemático y trabaja calificando exámenes de una facultad de ingeniería.

Como hace rato no hacía camas no me había dado cuenta que se fue la turca del 304, la que estaba estudiando un MBA, a la que siempre le tenía que llevar tres fundas de más, porque usaba cuatro almohadas, dos para la cabeza y una para los pies (trabajaba como mesera y tenía que llegar a levantar los pies).
En el supermercado la historia no fue muy diferente, estaba hirviendo y Androulla, la manager assistent me permitió trabajar sin el gorrito ese que tanta diferencia hace entre la belleza y la fealdad. Yo quería trabajar en sandalias pero no me dejó. Se me acabó la pila y todavía tengo mil cosas más por contar, de pronto mañana.Ah, se me olvidaba, acá les pongo la tan solicitada foto, en el mostrador, sonriente.


3 comentarios:

  1. Un gorro no hace la diferencia entre la belleza y la fealdad, solo hace notar lo obvio, y como tu irradias belleza no tienes que preocuparte por eso. Y con respecto al sol, ya nadie puede quitarte del alma los rayos que te nutrieron en la infancia... en la calurosa Medellín, ese solecito se lleva por dentro.

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  2. Muy bien Gomela!!!! y gracias por la foto, un abrazo.

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  3. yo quiero que me dediques un blog de "bondades britanicas" para hecharme un taco de ojo....porfa....

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