lunes, 19 de abril de 2010

Mi nuevo trabajo

He abandonado mi trabajo en el pub y ahora soy carnicera. Trabajo en un tradicional y exclusivo supermercado de Londres, dónde venden principalmente comida importada. Está ubicado en el corazón del refinadísimo Chelsea y es tan posh (elegante) que hasta tiene el visto bueno de la Reina Isabel II. Yo estoy en la sección de delicatesen. Permanezco detrás de un mostrador rodeada de chorizos y salamis marca ‘Alejandro’ y habitualmente llevo un gorro de malla que recoge mi cabellera (ahora larga), una camisa blanca, un delantal negro y unos guantes de látex.
Mi nuevo trabajo lo perderé muy pronto, porque mis clientes son en su mayoría ingleses, estrato 24, con poca paciencia y una pronunciación imposible. De por sí, ya vendo cosas con nombres raros, y si a eso le sumo la arcada que ellos le ponen a cada sílaba, puedo morir loca tratando de entenderles.
La primera vez que atendí un cliente fue a la media hora de haber llegado al supermercado. El manager me enseñó a manejar la máquina de cortar jamón, me dio una vuelta por toda la tienda para que supiera dónde estaba todo y listo, me soltó al ruedo, y claro, la cagué.
“Nkkdcjic jbcuecbe ncjcuehe bcujbiue, please”, me dijo una señora como uno de unos 70 años. “Sorry?”, le pregunté yo. “GUJBVYBUG BJBYG BJUHU BJBU, PLEASE”. Y otra vez yo: “sorry?”. Mirada de revólver y paso inmediato a mayores instancias: “¿Ella no habla inglés?”, le preguntó a mi manager, que por suerte es un español muy buena gente, que le dijo que yo sí hablaba inglés, pero que era mi primer día. Le mintió, le vendió un salami de esos de nombre raro, y al final la señora se despidió de mí con la mano y mirándome con cara de lástima. Serían muchos más los malmirados que atendería ese día.
Como yo no soy buena en mi trabajo tengo que compensar mis torpezas con otras cosas. Me maquillo lo más bonita que puedo, pese a los 30 grados centígrados que han hecho en Londres esta semana: corrector de ojeras, polvito facial, base (en caso de trasnocho extremo) sombra, rubor, y a veces hasta pestañina y labial. Si no entiendo algo sonrío, si la cago, sonrío, si corto mal un queso, sonrío, si se me olvida apagar la máquina después de cortar un jamón y dejó la cuchilla rodando a diestra y siniestra, sonrío.
Al final del día, me quedan doliendo los cachetes de sonreír tanto y tengo como terapia resoplar tres veces después de atender un cliente para que mi estómago vuelva a la normalidad.

5 comentarios:

  1. Vivi, bonita historia, te acompaño en tu pena atender gente y tratar de sonreir a cada capricho del cliente es una tortura. Regalanos una foto de este nuevo trabajo (Si puedes). Un abrazo.

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  2. Todo lo compensan esas sonrisas, amiga carnicera. Ya quisiera yo sonreír detrás de un mostrador para dejar de llorar en una oficina. Ay, vivis! k

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  3. Tenemos de vuelta a vivis... y te acordaste de reinita y sus preferencias gastronómicas! jejejeje

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  4. Me encanta esta historia, apoyo a Altais, quiero foto del lugar y de la vendedora sonriente...
    Deberías pedirle el truco a Noemi con eso de sonreír todo el tiempo, ella borro a las reinas de belleza en ese tema.

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  5. Antonia Ruiz y Vivi, el truco está en pegar la lengua al paladar. Eso hacen las reinas de belleza en Cartagena. ¡Ay, Vivi! y entonces ¿en qué quedó el vegetarianismo? yo también quiero fotos de vos muy bien maquillada y descrestante con un jamón al lado. ¡Buena energía, carnicera bonita!(Juli)

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